Sinónimos de labia

No es lo que el orador dice, sino quién es, lo que da peso a la elocuencia

La verdadera elocuencia consiste en no decir más de lo que es preciso.

El silencio es el signo de la sabiduría y la locuacidad es señal de la estupidez

Saber escuchar es el mejor remedio contra la soledad, la locuacidad y la laringitis.

La envidia que parla y que grita es siempre inhábil; se debe temer bastante en cambio la que calla.

El verbo brota del sueño como una flor o como un vaso lleno de formas y de humos.

Muerta la amistad sabe igual que el fracaso y a los dos nos gusta el verbo fracasar.

Estas palabras son mías, de la afluencia de mi corazón: Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero.

El objeto de la oratoria no es la verdad, sino la persuasión

Cuando se hace demasiado hincapié en la oratoria de un político, se duda de sus aptitudes

De los cientos de miles de objetos descubiertos por arqueólogos, ninguno contradice o niega una sola palabra o frase de la Biblia. Todos confirman y verifican los hechos registrados en las Escrituras.

Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo. Lo que me gusta de tu sexo es la boca. Lo que me gusta de tu boca es la lengua. Lo que me gusta de tu lengua es la palabra

Con esta moneda me voy a comprar un ramo de cielo y un metro de mar, un pico de estrella, un sol de verdad, un kilo de viento, y nada más.

Catire quita pesares contesteme esta pregunta cual es el gallo que siempre lleva ventaja en la lucha y aunque le den en el pico tiene picada segura.

Antes, los eruditos sabían chino y escribían una prosa correcta y armoniosa. La gente no habla así. Todos los días aparecen palabras nuevas, simpáticas como esas ratitas. Y, como a esas ratitas, no les importa lo que roen. Las palabras cambian con tanta rapidez que uno experimenta vértigo. Por eso su vida es muy breve, y aunque sobrevivan se vuelven obsoletas...Como las novelas que escribimos.

El escritor de prosa puede caminar solamente a un lado cuando pasa el poeta.

Hagamos corajudamente el feo en literatura y matemos como sea la solemnidad.

La literatura sigue todavía sollozando por dos o tres estúpidos sentimientos artificiales y convencionales, siempre los mismos, empantanada en sus errores metafísicos, embrutecida por la falsa poesía del panteísmo idiota y bárbaro. He llegado a la convicción de que no hay nada más vacío, nada más estúpido, nada más perfectamente abyecto que la literatura